El PET reciclado ( rPET) se ha convertido en un material clave en la transición hacia una economía circular, con un valor residual que permite su aprovechamiento repetido. Pero no todo el rPET es igual.
Existen diferencias entre el rPET destinado al contacto con alimentos y el que no lo es, diferencias que podemos apreciar en los procesos, la tecnología, la descontaminación y los sistemas de aseguramiento de calidad que intervienen en su fabricación.
Entender estas diferencias nos ayuda a poner en valor lo qué significa realmente producir material reciclado apto para estar en contacto con alimentos.
Un mismo residuo, dos niveles de exigencia
Tanto el rPET de grado alimentario como el no alimentario parten del mismo punto: el residuo de envases de PET posconsumo (botellas, bandejas, etc.). Sin embargo, el destino que se busca marcará el nivel de exigencia en su tratamiento.
El rPET no alimentario se utiliza en aplicaciones donde el material no estará en contacto con alimentos, como fibras textiles, flejes… Se obtiene mediante un proceso de reciclado mecánico convencional: lavado, secado, extrusión y granulación. En estos casos, basta con que el material cumpla ciertos criterios de limpieza y homogeneidad física.
En cambio, el rPET de grado alimentario debe garantizar que no existe ningún riesgo para la salud humana derivado de posibles contaminantes químicos. Esto solo se consigue mediante procesos de descontaminación profunda y validada, en condiciones de vacío, alta temperatura y tiempo controlado, bajo parámetros aprobados por organismos como la EFSA (European Food Safety Authority).
La descontaminación: validación, control y ciencia aplicada
El proceso de descontaminación es el corazón del reciclado de grado alimentario.
A diferencia del reciclado convencional, donde la limpieza se limita a la superficie del material, el proceso de grado alimentario busca extraer contaminantes a nivel molecular.
Es necesario contar con una tecnología capaz de eliminar compuestos orgánicos volátiles y otras sustancias migrables que pudieran haber quedado atrapadas en la matriz del plástico durante su uso anterior.
Esto no se consigue solo lavando o moliendo el material. El proceso de descontaminación de grado alimentario combina temperatura, vacío y tiempo de residencia controlados con precisión, de forma que se logra extraer incluso contaminantes a nivel molecular. Cada reactor, cada lote, está sujeto a parámetros validados y trazabilidad total.
La EFSA evalúa y autoriza los procesos de reciclado en función de estudios que demuestran la eficacia de esa descontaminación. Solo los procesos que superan esta evaluación obtienen una opinión favorable que autoriza el uso del rPET resultante en contacto con alimentos.
No certifica al material, sino al proceso. Por tanto, un rPET solo puede considerarse de grado alimentario si proviene de una línea de reciclado aprobada y validada, y si se asegura que la materia prima de entrada cumple los requisitos de origen (por ejemplo, envases recogidos en el circuito alimentario).
Control de calidad y trazabilidad: más allá del color del pellet
En un rPET de uso no alimentario, el control de calidad suele centrarse en aspectos físicos: color, viscosidad, contenido en humedad o presencia de partículas.
En cambio, el rPET de grado alimentario requiere además un control analítico continuo: migraciones específicas y globales, análisis de contaminantes potenciales, seguimiento de la limpieza del flujo y verificación documental de cada etapa.
Cada lote debe poder rastrearse desde su origen hasta su destino, garantizando no solo la pureza del material, sino también la confianza del fabricante y del consumidor final.
De hecho, el “grado alimentario” no es un adjetivo comercial, sino un compromiso técnico, regulatorio y ético, que está certificado por sistemas que garantizan que la materia prima de entrada está controlada, que el proceso se ejecuta conforme a parámetros validados y que la granza final cumple con las especificaciones fisicoquímicas, sensoriales y de migración exigidas.
Además, la trazabilidad completa, desde la recogida del residuo hasta el pellet final, es un requisito indispensable para mantener la integridad del sistema.
Control analítico: medir lo invisible
En el laboratorio, la diferencia entre un rPET estándar y uno de grado alimentario no se observa a simple vista. Ambos pueden tener aspecto cristalino y color estable. La diferencia real está en el perfil químico del material.
Los controles de un rPET alimentario incluyen, por ejemplo:
- Análisis de migración global y específica, siguiendo normativa europea (Reglamento (UE) 10/2011).
- Verificación de ausencia de compuestos orgánicos volátiles (COVs) y otros contaminantes.
- Revisión documental y trazabilidad de lotes.
Estos análisis no solo garantizan la seguridad del material, sino también su idoneidad para volver a formar parte del circuito alimentario, cerrando el ciclo del PET de forma controlada y segura.
Calidad como requisito, no como atributo
El rPET de grado alimentario representa el máximo nivel de aprovechamiento del residuo plástico, ya que permite reincorporarlo directamente en envases que volverán a contener alimentos, cerrando así el ciclo real del PET. Pero su verdadero valor no está solo en el reciclado, sino en la rigurosidad técnica, la validación del proceso y la cultura de calidad que lo sustentan.
Comprender esta diferencia es fundamental para toda la cadena de valor: fabricantes, transformadores y consumidores. Porque cuando un envase de PET reciclado puede volver a estar en contacto con alimentos, no solo se ha reciclado un material: se ha validado la confianza en un sistema que funciona.
“Solo a través de este enfoque integral —tecnológico, regulatorio y de calidad— es posible cerrar el ciclo con garantías, devolviendo al mercado un material que ha pasado de ser residuo a recurso, sin perder la confianza del consumidor.”

