Frente al PPWR, productores y transformadores debemos desarrollar envases capaces de sostener calidad y circularidad a la vez.
El envase de un alimento fresco no es un accesorio ni un simple soporte logístico: es una extensión del propio producto. Su diseño influye en la conservación, en la percepción del consumidor y en la seguridad alimentaria.
Con la entrada en vigor del nuevo Reglamento Europeo de Envases y Residuos de Envases (PPWR), quienes formamos parte de esta cadena —desde los fabricantes de envases hasta los productores— nos enfrentamos a una transformación profunda. La sostenibilidad es el destino, pero el camino exige precisión técnica, diálogo entre sectores y decisiones informadas.
Del Pacto Verde al PPWR: una transformación normativa desde dentro del sector.
Para quienes trabajamos en el sector de los envases alimentarios, especialmente con productos frescos como la carne o el pescado, el nuevo Reglamento Europeo de Envases no es una novedad teórica, sino un cambio con implicaciones operativas inmediatas. Desde la Comisión Europea y el Pacto Verde lanzado en 2019, la transición hacia una economía circular se ha convertido en una obligación regulatoria, no una opción.
El Reglamento Europeo de Envases y Residuos de Envases (PPWR) sustituye a la Directiva 94/62/CE y pretende reducir residuos, fomentar la reutilización y garantizar que todos los envases en el mercado europeo sean reciclables en 2030. A diferencia de la antigua directiva, el PPWR es directamente aplicable en todos los Estados miembros. Para España, esto significa una obligación inmediata para adaptar envases y sistemas de producción.
Uno de los sectores más impactados es el de los alimentos frescos. Estos productos requieren soluciones de envasado que aseguren la conservación, la higiene y la resistencia a la cadena de frío. El envase es parte integral del producto, no un accesorio. Sin embargo, el PPWR impone restricciones al uso de ciertos materiales, al sobreembalaje y exige niveles exigentes de reciclabilidad o reutilización.
Para más detalles, puedes consultar nuestro artículo:
Nuevo Reglamento Europeo de Envases (PPWR): cinco claves esenciales
Sostenibilidad sin perder de vista la realidad del producto fresco.
En este escenario, materiales como el PET reciclado (rPET) ofrecen una vía técnica solvente para acompañar el cambio regulatorio sin poner en riesgo las propiedades críticas del envase. Cumple con los requisitos de seguridad alimentaria, es reciclable, y es el material más utilizado en aplicaciones para el envasado de productos frescos.
Aun así, hay aspectos que requieren un abordaje riguroso. Las soluciones reutilizables, por ejemplo, no están adaptadas a todos los contextos logísticos ni sanitarios. La sustitución de plásticos convencionales por materiales compostables o alternativos genera dudas en cuanto a comportamiento térmico, barrera al oxígeno y durabilidad.
Por otro lado, el rediseño de envases no es un proceso menor. Cambiar materiales implica adaptar líneas de producción, certificar nuevos formatos, ajustar la comunicación visual del envase y afrontar costes que no siempre pueden asumirse fácilmente.
La presión normativa coincide con un momento delicado desde el punto de vista de los costes industriales. Energía, materias primas y logística han encarecido la operativa. A esto se suma la necesidad de mantener la confianza del consumidor: cualquier cambio en el envase debe acompañarse de una pedagogía clara para evitar percepciones erróneas sobre la calidad del producto.
Adaptarse con criterio: lo urgente no puede eclipsar lo esencial.
El PPWR es una norma necesaria y con una dirección clara, pero su implementación requiere acompañamiento. Las empresas que operamos en el envasado alimentario no solo necesitamos plazos razonables, sino también marcos de ayuda, incentivos para la innovación y un lenguaje regulatorio coherente con la realidad industrial.
Materiales como el rPET demuestran que es posible compatibilizar circularidad con seguridad alimentaria. Pero su adopción masiva requiere inversiones, estándares de calidad y sobre todo, estabilidad normativa. Cambiar las reglas sin ofrecer certidumbre ahuyenta la inversión y ralentiza la transición.
En este contexto, resulta clave que las administraciones trabajen de forma coordinada con el sector. Que escuchen a quienes están en primera línea del cambio. Porque si la transición ecológica debe ser justa, también tiene que ser técnicamente viable.
La sostenibilidad no puede quedarse en eslogan. Es una hoja de ruta exigente que sólo funcionará si se construye desde la realidad técnica de los productos, los procesos y las personas que hacen posible que, cada día, los alimentos lleguen seguros y en condiciones óptimas a millones de hogares.